Ya que soy entrometido
y ustedes son tan pacientes
traigo mis versos urgentes,
sonoros como un rugido.
Vengo a hablarles del bandido,
del ladrón, del traficante,
del mediocre gobernante,
del juez venal y corrupto,
del gesto y del exabrupto
del político ignorante.
Digamos que ese país
donde viven estos tipos
es, para los arquetipos,
el más fértil y el más gris.
Digamos que es un don Luis
y puede ser un don Juan,
es decir, las cosas van
siempre de mal en peor,
y se embarran sin pudor
alguacil y sacristán.
Hay un ciego mandatario
que si no es un dictador,
es torpe y encubridor,
inútil o innecesario.
Si acaso no es partidario
de la ley, es complaciente;
si acaso es indiferente,
sólo piensa en sus amigos.
Nunca le faltan testigos
cómplices, al presidente.
El Congreso, por su parte,
se encuentra desprestigiado
por tanta ley que ha largado
sin inteligencia ni arte.
Quien debe ser el baluarte
que controle al poderoso
no es más que el rincón ocioso
que traga nuestros impuestos
con pillos y deshonestos
de un tufillo aguardientoso.
Nuestra inocente justicia
tiene los ojos vendados
y los bolsillos colmados
con monedas de impudicia.
Ya no es ninguna noticia
que junto a la estupidez
viva la desfachatez
que alquila y vende conciencias,
compra fallos y sentencias,
y usa de venganza al juez.
Se entregan los militares
medallas con sentimiento
mientras compran armamento
buques, tanques y radares.
Sus dotes particulares
en estrategias y acciones
convierten pobres pensiones
en magia. Bajo su influjo
se compran carros de lujo,
casas de playa y mansiones.
Si se cruza un policía
por tus calles, ten cuidado;
tras un hombre uniformado
puede esconderse una arpía.
Siempre buscando “la mía”
“la mordida”, la prebenda,
la coima con la que entienda
que cometiste un error.
¡Sí que es extraña la flor
de un guardia que no se venda!
La oposición, por supuesto,
tiene parte en la novela
como gallinazo vuela
buscando algo descompuesto.
Si publica un manifiesto
siempre tiene un comodín
un testaferro, un pasquín,
y busca por donde pasa
ver cómo llevarse a casa
su tajada del botín.
Estos son sólo brochazos
de la realidad que reina,
se desviste y se despeina,
dando besos y codazos.
Con políticos pelmazos,
con dirigentes banales,
indecentes, inmorales,
carroñeros y asesinos,
¡qué negros son las caminos!
¡qué inmensos son nuestros males!
Esta nación de mi cuento
puede ser cualquier país
de nuestra América gris,
de nuestro andar ceniciento.
Sin embargo tengo aliento
porque muchos han nacido
con voluntad y han crecido
dignos, sencillos y buenos.
Por ellos lanza sus truenos
mi verso de entrometido.