sábado, 12 de abril de 2008

México: Felipe Calderón pide aclarar muerte de mexicanos en bombardeo de campamento de las FARC

La muerte es un mal, no hay duda,
un bombardeo es fatal,
y el mal combatiendo al mal
poco sirve, poco ayuda.
No habrá de quedarse muda
mi palabra. No hay razón
(en la amistad) para acción
en territorio vecino.
Cierto, Uribe erró el camino
y fue desesperación.

Cuando Correa declara
que no apoya el terrorismo
siento abrirse un negro abismo
que la mentira acapara.
Cosa extraña, cosa rara,
que sus diez mil militares,
sus espías y radares
a las FARC no vean nunca;
cuando la verdad se trunca,
la falsedad se hace altares.

Entonces: Uribe falla
con las bombas, está claro,
y Correa en el descaro
de no ver tanta metralla.
Luego que la cosa estalla
entran al macabro juego
unos muchachos que luego
no se supo cómo así
se adentraron hasta allí
y murieron bajo el fuego.

Eran unos mexicanos
que -según dicen sus padres-
son hijos de buenas madres,
turistas americanos.
¿Qué buscaban en los planos
de la selva, tierra adentro?
¿Fueron acaso al encuentro
de la muerte por turismo?
¿Alguien se acerca al abismo
sin temores en su centro?

¿Tienen "visitas guiadas"
los móviles campamentos
de las FARC? ¿Viajan por cientos
turistas-busca-emboscadas?
¿Exposición de granadas?
¿Muestra de los secuestrados?
¿Exhibición de atentados?
¿Museos de metralletas?
¿Bricolaje de escopetas?
¿Fotos de los fusilados?

¿No eran conscientes acaso
del gran peligro? Aceptemos
que eran turistas. ¿Tenemos
pura inocencia en el caso?
Cuando alguien enrumba el paso
a un campamento ilegal
donde un grupo criminal
planea crímenes graves,
¿puede escudarse en las naves
de "una presencia casual"?

Un reportero que viaja
al lugar donde la guerra
se libra, sabe que encierra
su viaje, muerte y mortaja.
La adrenalina trabaja
en la mitad del combate,
toma fotos y en granate
se tiñe de sangre todo
y acepta que de ese modo
puede ser que alguien lo mate.

Nadie llega "de turista"
al campamento primero
de un comando guerrillero
al que le siguen la pista.
Raúl Reyes no era artista,
no era una firma de autógrafos,
no era sesión de fotógrafos,
era el cuartel general
de un mando territorial
(que lo expliquen sus biógrafos).

Por eso no hay inocencia
en los que estaban allí
eran conscientes del sí,
voluntaria su presencia.
La guerra es una demencia,
eso lo sabemos todos,
y el hundirse hasta los codos
en tienda de delincuentes
los convierte en imprudentes
(al menos) de muchos modos.

Tanta juventud perdida
es una noticia mala,
tan mala como la bala
del terrorismo homicida.
¿Cuándo se alzará la vida
como el mayor bien? Audaz
será el sea capaz,
en medio de tanto horror,
de hacer germinar la flor
efímera de la paz.