La muerte, doña Catrina,
caminaba —sin cuidado—
por el sendero olvidado
tras la piel de la neblina.
Siguió andando, peregrina,
sin angustias; de repente,
vio el rostro de un inocente,
se detuvo —enamorada—;
se marchó —sin llevar nada—
feliz, silenciosamente.