
Tan sólo hacemos preguntas,
no torturamos, ¡jamás!,
los invitamos, es más,
a expresarse en nuestras juntas.
Cuando hay maldades presuntas
interrogamos correctos,
eso sí, francos, directos
como un puñete en la cara...
(¡qué metáfora más rara!).
¡Qué métodos más perfectos!