Ella, «puta» —el soberano
juzga fulminante y bruto—;
él, la admiración del fruto
de un dios en un cuerpo humano.
«A ver, levante la mano,
la piedra lance primero
quien, limpio como el lucero,
no peca... ¿Quedó clarito?».
Le dio un beso y —¡ay, bendito!—
se amaron como en febrero.