No es que seamos racistas
(¡Ay, Dios mío, qué ocurrencia!),
católicos con decencia,
morales, no moralistas.
Tener almas blancas, listas
para servir a «los otros»,
es virtud. Tristes los potros
(potrillos, ¿recuerdan?) que
van cabalgando sin fe.
¡Qué ternura! (Sí, nosotros).