La distancia es la distancia
que nos separa del mundo
pequeño, simple, profundo,
que nos guareció en la infancia.
No vivir la circunstancia,
pasar la noche en vigilia,
ver que ya no se concilia
el descanso con el sueño,
sentir que es vano el empeño
tan lejos de la familia.
Mirar las nuevas tragedias
a través de un telescopio,
saber ajeno lo propio
y, lo ajeno, nuestro a medias.
Hallar en enciclopedias
el bar, el parque, el museo,
robar —como un abigeo—
recuerdos a la memoria,
buscar en libros de historia
nuestro primer balbuceo.
Saber que lo que allá pasa
ya no nos pasa a nosotros;
otras las rutas, los potros,
las caras y nuestra casa.
Otro el fuego de la brasa,
otro el tiempo y el azar,
otro el abismo en el mar,
otro el triunfo o el fracaso,
otro el sol, otro el ocaso,
otra patria, otro lugar.
Exiliados de una vida
que hasta ayer era la nuestra,
lejos niñez y maestra,
costumbres, formas, comida.
Extraños en la avenida
principal de una ciudad
que ignora nuestra verdad
nuestra voz y nuestra cuna;
hambrientos de otra fortuna
y sedientos de ansiedad.
Ciegos de nuestra familia,
sordos de fuerzas y empeño,
aislados del primer sueño
que nos labra y nos concilia.
Despiertos en la vigilia
de esta nueva circunstancia,
sin pasado, sin infancia,
en este lejos profundo;
sabiendo ya que en el mundo
la distancia es la distancia.