De Keiko —más que el obvio sobrepeso—
me da urticaria el humus de su historia;
difícil extirpar de la memoria
la brutal corrupción del padre preso.
Más que el lumpen que puso en el Congreso
—que en eso es como todos— su oratoria
—la de Ollanta— falaz, difamatoria,
y sus botas —colgadas y en receso—.
De Lourdes —esa ingenua hasta el suicidio—,
no me molesta nada —pues no existe—.
De Lucho, lo sinuoso —lo de ofidio—.
Me olvido —de seguro— de algún quiste
presidenciable en busca del subisidio
quinquenal del Perú, mi patria triste.