Yo no pido perdón, soy lo que he sido;
ni bueno ni canalla, solo un hombre
que siempre supo que, al final, su nombre
también será alimento del olvido.
No me arrepiento de lo que he perdido,
y entre lo que gané, no hay qué me asombre;
no hay vanidad efímera que alfombre
el patio de mi casa con su ruido.
Sin apurar las mieles ni las heces
vivo con absoluta indiferencia
frente a los sacerdotes y los jueces.
Señor de mi albedrío y mi consciencia
vivo a mi antojo. Solamente a veces
extraño la emoción de mi inocencia.