Puede la muerte perseguir las voces,
extrañarnos de todo con sus garras,
ensuciar ruiseñores y cigarras
bajo sus patas sucias y feroces.
Puede la muerte envenenar los goces,
los caminos, los éxitos, las jarras,
las mesas, los abrazos, las guitarras,
lo que sueñas y buscas y conoces.
Puede la muerte cabalgar furiosa
sobre pueblos que el miedo y el espanto
convierten en vacío, nada o cosa.
Puede la muerte amamantar el llanto
pero no puede herir la mariposa
de los que somos vida, amor y canto.