No se me ocurre nada que no tenga
un ácido sabor a limonada
sin azúcar, amarga, preparada
como una insinuación, como una arenga.
Así me sale la palabra, renga,
como una mala flecha disparada
al corazón inútil de la nada
para que se enamore o se contenga.
Sin pedirle licencias al futuro,
sin arrepentimientos ni pasado,
a veces laberinto, a veces muro.
Escribo sin pasión y sin enfado
como una maldición, como el conjuro
del brujo, del artista o del soldado.